Un paseo por mis recuerdos en el aula de infantil
Para comenzar, me gustaría destacar la importancia de analizar y evocar nuestros recuerdos de la infancia para reflexionar acerca de cómo nos sentíamos, de aquello que se nos quedó grabado en la mente y aquello que cambiaríamos, y por lo tanto, no llevaríamos a nuestras aulas como futuros maestros.
Para proporcionar a nuestros alumnos una educación de calidad debemos renovarnos, pensar en porqué hacemos las cosas que hacemos y adaptarnos a las necesidades y a cómo los niños ven el mundo.
Por ello, he decidido plasmar en esta entrada mi experiencia en educación infantil y mostrar un pequeño recorrido por una pequeña parte de mi infancia.
Mi paseo por infantil comenzó con dos años y nueve meses llorando de la mano de mi primera profesora, Raquel, la cual siempre nos transmitía su alegría y entusiasmo y cambió mis lágrimas por sonrisas y carcajadas.
Todas las mañanas, los veinte compañeros de clase hacíamos fila al llegar y entrabamos en orden con nuestras bolsas de tela y nuestros babis de colores en los que teníamos bordado nuestro nombre.
Las clases eran enormes con mesas redondas de colores, juguetes de todo tipo y un gran espacio donde nos sentábamos todos en el suelo haciendo un círculo, contábamos nuestras aventuras del fin de semana y cantábamos canciones con las que nos aprendíamos las partes del cuerpo y cómo se pasa del chispeo a una gran tormenta con únicamente el sonido de nuestros dedos. Todo era muy divertido aunque a veces nos dieran rabietas y enfados, pero se nos pasaban rápido.
También, cada año cuando se acercaba el invierno hacíamos la fiesta de la castaña, celebrábamos Navidad disfrazándonos de pastorcillos para hacer un gran teatro dedicado a nuestros padres donde éramos las estrellas de la actuación y en carnaval nos poníamos de gala con bolsas de basura para desfilar por las calles del pueblo de la mano de nuestros mejores amigos donde podíamos ser desde un pez hasta una vaca.
Cuando pasamos de curso, o como llamábamos nosotros “a cuatro años”, también cambiamos de profesora, ella era Esperanza y nos enseñó a atarnos los botones, subir la silla, botar el balón, escribir nuestro nombre y no solo eso, también nos hacía coletas cada vez que acabábamos despeinadas de tanto jugar.
Además, los recreos comenzaron a ser más divertidos, teníamos casitas de juguete, ruedas para jugar a todo a lo que nos llevara la imaginación y cubos y palas para jugar con la arena del patio. Adoraba cuando mi hermano mayor venía a visitarme desde la verja de los mayores y cuando mis amigas y yo jugábamos a las peluqueras durante horas.
En ocasiones, nuestros familiares venían a clase a leernos un cuento y el día en el que venían nuestros padres se lo contábamos a todos nuestros compañeros con gran ilusión y entusiasmo. Esto se lo agradeceríamos con los regalos que los hacíamos para el día del padre y el día de la madre, aunque siempre que los hacíamos teníamos que ir directos al lavabo para limpiarnos toda la mezcla de colores que habían acabado en nuestras manos.
Por otro lado, en el aula hacíamos fichas, completábamos nuestro cuaderno de trabajo, aprendimos a hacer las letras, utilizábamos el punzón, hacíamos todas las figuras que nos podíamos imaginar con plastilina, aprendimos las palabras en inglés con imágenes y dibujos y también solíamos recortar, aunque no se me daba muy bien y tenía que practicar en casa con revistas antiguas.
Cuando cumplimos cinco años y pasamos de curso, recuerdo jugar con mi hermano pequeño en el recreo ya que fue su primer año de clases, hacer excursiones donde todos llevábamos gorras para el sol e ir a la biblioteca para visitar a un cuentacuentos.
Por otra parte, todos los años estábamos deseando que fuera nuestro cumpleaños ya que la profesora nos hacía una corona, escribía nuestro nombre en la pizarra y nos cantaban el cumpleaños feliz.
Para terminar nuestra etapa en infantil hicimos una gran fiesta todos juntos en el patio, donde había churros con chocolate, este último día nos llevamos a casa una foto de todos nuestros compañeros junto con un libro de dibujos que habíamos hecho durante el año y que regalábamos a nuestros padres con mucha ilusión.
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